El
elogio de la sombra
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Tenemos,
por último, en nuestras salas de estar, ese hueco llamado toko
no ma
que adornamos
con un cuadro o con un adorno floral; pero la función esencial de
dicho
cuadro o de
esas flores no es decorativa en sí misma, pues más bien se trata de
añadir a
la sombra una
dimensión en el sentido de la profundidad. En la propia elección de
la
puntura que
colocamos ahí, lo primero que buscamos es su armonía con las
paredes del
toko
no ma, lo que llamamos un toko-utsuri
. Por el mismo motivo, concedemos a su
montaje una
importancia similar a la del valor gráfico del caligrama o del
dibujo, por
que
un toko-utsuri no
armónico quitaría todo interés a la obra maestra más
indiscutible.
En cambio puede
suceder que una caligrafía o una pintura sin ningún valor en sí
misma,
colgada
en el toko no ma de
un salón esté en perfecta armonía con la habitación y que
esta última y la propia
obra queden por ello revalorizadas.
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En una palabra, nuestros
antepasados, al igual que a los objetos de laca con
polvo de oro o
de nácar, consideraban a la mujer un ser insuperable de la oscuridad
e
intentaban
hundirla tanto como les era posible en la penumbra; de ahí aquellas
mangas
largas,
aquellas larguísimas colas que velaban las manos y los pies de tal
manera que las
únicas partes
visibles, la cabeza y el cuello, adquirían un relieve sobrecogedor.
Es
verdad que,
comparado con el de las mujeres de Occidente, su torso,
desproporcionado
y liso, podía
parecer feo. Pero en realidad olvidamos aquello que nos resulta
invisible.
Consideramos
que lo que no se ve no existe. Quien se obstinara en ver esa fealdad
sólo
conseguiría
destruir la belleza, como ocurriría si se enfocara con una lámpara
de cien
bombillas un toko
no ma de algún pabellón de té.